¿Cómo garantizar que tus pacientes sigan tus indicaciones, tus sugerencias, practiquen fuera de sesión, se activen conductualmente del modo que es más saludables para ellos?
Como no podía ser de otro modo, con esto de los buenos propósitos del nuevo año, en estos primeros meses del año se suelen llenar nuestras consultas con personas que definitivamente quieren dar el paso y cambiar sus vidas. Valientes que han decidido salir de la comodidad de lo conocido y adentrarse a explorar otras formas de estar en el mundo: otros trabajos, otros proyectos profesionales, otros hábitos de vida, otras formas de comunicarse, otro tipo de relaciones personales, otro tipo de relaciones con sus emociones, con ellos mismos …
Gran parte de lo que tenemos que hacer en terapia pasa por entrenar habilidades. Enseñar a nuestros clientes “haceres diferentes” que los sitúen en otros escenarios vitales. Esos «haceres diferentes» han de moldearse y practicarse en sesión, pero el cambio vendrá de la mano de la repetición y práctica en sus vidas cotidianas. Sin esta repetición constante en el día a día del paciente y en diferentes situaciones y contextos, el cambio no se producirá, o se producirá de forma efímera o será poco significativo.
Seguramente a todos los terapeutas nos ha ocurrido que tenemos dificultades para que los pacientes sigan nuestras propuestas, se impliquen en las tareas o sean constantes en la repetición y práctica cotidiana. Salen de sesión con tareas y compromisos, entusiasmados con sus propósitos, seguros de querer hacerlos; pero pareciera que al salir del despacho todo eso se diluyera en la corriente de los días. Y vuelven a sesión en el mejor de los casos habiendo hecho algo los primeros días después de la sesión, o en el peor sin haber hecho lo pactado.
Muchas veces atascarse en este punto del proceso es razón de abandono de la terapia. Desde luego, volver una y otra vez a sesión sin haber hecho lo pautado, escuchar al terapeuta insistiendo y volviendo a valorar si las tareas se ajustan a lo que el cliente quiere, recibir a veces “la regañina del terapeuta por lo que no ha hecho”, o tener que enfrentarse a la propia inconsistencia, puede ser muy doloroso, vergonzante o molesto para cualquiera, con lo que el abandono del proceso, justo en este punto, es comprensible.
Los terapeutas podemos garantizar que nuestros pacientes siguen nuestras sugerencias y recomendaciones, (que se impliquen en esos haceres diferentes y cotidianos, que avancen en la práctica de moverse de forma diferente, que lleven a cabo las tareas que se proponen, etc.); cuando somos capaces de relacionar de forma explícita, reiterada y concreta esas acciones, actividades y prácticas cotidianas con las metas y objetivos que desean alcanzar, y con las cualidades personales que quieren desarrollar de forma global en sus vidas.
Este contexto de valor es el mejor antídoto con el que contamos los terapeutas para que los clientes no se atasquen en esta parte del entrenamiento en habilidades. Para que pasen a la acción y para que comiencen a notar y experimentar en directo qué ocurre con la pereza cuando se va más a allá de la pereza; para que experimenten en directo qué consecuencias tiene en su vida el hecho de implicarse en acciones dirigidas a metas, qué posibilidades se despliegan en la vida de uno cuando se actúa con barreras y con sentido valioso; ¡qué ocurre con el autoconcepto cuando uno se ve haciendo, siguiendo el plan, siendo fiel a uno mismo!
El trabajo de esclarecer valores es una de las armas más potentes e infalibles con la que contamos los terapeutas ACT para mover a nuestros clientes.