El dolor, la injustica, la desesperanza, la violencia de la que es víctima el paciente, la enfermedad incurable, la desesperación, el miedo, la tristeza, la pérdida que sufre el paciente, duelen al terapeuta.
A veces incluso duelen más al terapeuta que al paciente mismo, cuando el tema del paciente “es” el tema del terapeuta. En demasiadas ocasiones los pacientes te tocan profundamente y resulta que tú has vivido una situación tan dolorosa, o quizás hayas pasado por fracasos en tus relaciones, o te hayas sentido desesperada por la falta de comprensión en el trabajo, o hayas crecido en una familia en la que nunca hayas sentido que tenías un lugar valioso… Y el cliente viene a recordar tu vulnerabilidad, viene a recordarte que estás hecho de la misma materia y de historias semejantes y que eso que le duele a tu cliente, a ti también te ha dolido y quizás hoy te sigue doliendo.
A lo largo de tu historia ¿cómo has aprendido a sobrellevarlo? ¿Qué sueles hacer tú cuando el dolor ante ese tema te visita? Quieres fomentar la aceptación en tu cliente pero tú ¿has aceptado ese dolor, lo tienes “ubicado” en tu historia? ¿Te tratas en ese aspecto compasivamente? ¿O tiendes a criticarte por cómo has reaccionado ante ello, a juzgarte con dureza, o a no darte permiso para notar ese sufrimiento? ¿Te interfiere en tu vida cotidiana aquél dolor? ¿Te interfiere en tu rol de terapeuta cuando estás escuchando esa historia parecida en tu cliente?
Y puede ocurrir que hayas aprendido a ponerte la coraza, a distraerte o a no profundizar sobre ello, quizás te haya ayudado hacer como que pasabas página, o te haya servido intelectualizar o entender por qué las cosas han sido como han sido…. Probablemente esto te haya ayudado en tu vida cotidiana, pero ¿delante del dolor del otro? ¿es esto terapéutico? Quizás esta tendencia tuya te lleve a ponerte por encima de las circunstancias del otro, abordando el tema como un verdadero experto, razonando con el cliente o intentando que entienda que ese dolor no es culpa suya. O quizás al ver removidos tus fantasmas y demonios, te veas pasando por alto ciertos temas, no profundizando en algunos aspectos, no entrando del todo por temor a perderte en su dolor, en el tuyo.
Quizás esta circunstancia sea una gran oportunidad para establecer una relación de auténtica cercanía y apertura con tu paciente, hacerlo desde tu propia experiencia de vulnerabilidad. Tal vez te ayude el pararte a mirar qué estás notando al escuchar al otro, a notar tu tendencia a responder a lo que notas cuando escuchas eso que te está contando. A ser consciente de lo que estás sintiendo, a los recuerdos que se están moviendo justo en ese momento. Y pararte a ver, cómo te expresas, cómo hablas a tu cliente, cómo te mueves, de qué forma lo miras, como estás sentado en tu silla…. Y desde esa conciencia puedas compartir, abrirte, mostrarte a tu cliente, acercarte, empatizar, validar al cliente, utilizando algo de tu experiencia en ese dolor como una experiencia terapéutica, verdaderamente útil para la otra persona.
Tu apertura a mostrarte vulnerable, a mostrar la humanidad común que te acerca al otro, mostrar el camino que has seguido y las consecuencias, constructivas o destructivas de tu propio camino; podría ser un estímulo para la indagación del camino del otro, de lo que el otro suele hacer con su dolor, de las consecuencias que obtiene al hacerlo, de si hay algo que quiere aprender a hacer diferente…
Atreverte a ser modelo para el otro, compartir tus idas y venidas, seguramente enriquezca la relación, el acercamiento al problema de tu paciente, y pueda ser una poderosa arma de validación y empoderamiento para la otra persona. En definitiva, darle la mano a tu paciente desde el corazón, abrazar juntos el dolor presente en sesión, y explorar y respetar incondicionalmente de qué manera el otro quiere seguir su camino. La apertura, sinceridad, y cercanía, durante estas situaciones pueden ser momentos terapéuticos poderosos, que utilizados a consciencia por parte de los terapeutas, llevan a la transformación de nuestros clientes, y desde luego, constituyen vivencias extraordinarias de crecimiento profesional y personal para los terapeutas.