El concepto de la aceptación en que se basan las terapias contextuales es un concepto lleno de problemas que suscita dudas, está cargado de valoraciones y prejuicios sociales y lleva, con demasiada frecuencia, a confusiones y malos entendidos. Algunos autores llevamos tiempo insistiendo por diferentes medios en que es necesario esclarecer los términos. Sin embargo, y por mucho esfuerzo que se ha hecho, sigue siendo un concepto difícil de “ver” en toda su amplitud. El modo más directo para que los terapeutas lo aprendan es por propia experiencia. No se aprende a moldear ni modelar la aceptación en los propios pacientes, si uno no ha pasado por experimentar en uno mismo “los procesos” implicados.
Solo notando lo que se nota cuando uno está evitando, solo notando lo que se nota cuando uno está aceptando, y solo apreciando la diferencia entre un movimiento y el otro, en el momento y a la larga; se estará en mejores condiciones de entrenar la aceptación en otros. Habiendo experimentado estos movimientos, el uno y el otro, y de forma repetida, podremos proporcionar mejores experiencias a otros. Evidentemente en el proceso de convertirte en un excelente terapeuta contextual te hará falta la instrucción, el estudio, la comprensión y otro tipo de prácticas múltiples; pero, sin lugar a dudas, si no se pasa por la experiencia personal, el aprendizaje de las habilidades para el fomento de la aceptación en los pacientes quedará limitado, será automático, carecerá de la vitalidad necesaria.
Sabremos entrenar la aceptación en nuestros pacientes cuando hayamos vivido y notado “en propias carnes” el tirón de la mente y su clarividente y aplastante lógica, en la que cientos de veces nos enredamos y que apenas cuestionamos, porque no nos damos cuenta del margen que tenemos…
Sabremos entrenar la aceptación en nuestros pacientes cuando hayamos notado encima, pegada a nosotros el ardor de la emoción; cuando nos hayamos perdido en ella. Cuando hayamos experimentado y discriminado el movimiento de la emoción, cómo se activa, se infla, coge forma, se sitúa en el cuerpo, y dándole un nombre, hayamos sido capaces de diferenciarnos de ella, de reconocerla como una visita que nos frecuenta a menudo…
Aprendemos a entrenar la aceptación cuando exploramos lo que se nota cuando actuamos con dolor, con malestar, o incomodidad; y cuando saboreamos la victoria que se siente cuando ese hacer te impulsa hacia donde quieres ir, a ese lugar soñado en el que quieres estar, o a ese lugar que sencillamente te dignifica como persona libre.
Sabemos entrenar la aceptación cuando además nos descubrimos abiertos a practicar la elección y somos conscientes del abismo que se abre ante nosotros, ante la incertidumbre, el vértigo. Y notamos el desgarro por la pérdida que supone la opción abandonada.
Y es ahí cuando practicamos esto, no una ni dos veces, sino una y otra vez, cuando experimentamos que a veces nos sale bien y otras mal y otras nos dejamos llevar por aquella lógica o aquella emoción…. Cuando podemos transmitir, compartir y moldear en nuestros pacientes estas habilidades.
Así pues el trabajo personal de los terapeutas a lo largo de su entrenamiento es clave. El contexto de la interacción terapéutica es un espacio ideal para practicar los mismos procesos que estamos entrenando con nuestros clientes. Por ello, y si estás comenzando este camino de la transformación hacia a un terapeuta contextual, aquí te paso algunas recomendaciones:
- Planifica las sesiones, indica los objetivos que persigues en cada sesión, que formen parte de una dirección más amplia, mira qué herramientas vas a usar para mover esos procesos y ajústate al plan.
- Nota las veces que te sales del plan y lo que te dices a ti mismo (las explicaciones, la lógica) de por qué te has salido.
- Para y observa cuáles son tus barreras personales en sesión, lo que te cuesta, lo que te cuentas a ti mismo, lo que no te gusta hacer, lo que te da pereza o miedo con tu paciente (la emoción), lo que notas que te saca del plan.
- Practica la conciencia plena de esas barreras, acostúmbrate a parar y hacer unas respiraciones conscientes al inicio de cada sesión, que te permitan explorar y reconocer qué pensamientos y qué sensaciones y emociones te están visitando. Anímate incluso a hacerlas en compañía, con tu paciente.
- Desafíate a ti mismo como terapeuta, atrévete a hacer cosas nuevas que nunca hayas hecho, y nota lo que te dice tu mente cuando estás a punto de abandonar la comodidad, las cosas mecánicas y conocidas que haces habitualmente, que no te cuestan nada y, con eso presente, lánzate y mantente en la zona de la novedad.
- Dedícate cada día a hacer algo nuevo que promueva una relación auténtica con tu paciente, pero fundamentalmente explora qué pasa cuando te mantienes en la incertidumbre, en lo desconocido, ante lo inesperado y te abres a simplemente estar enfrente del otro. Esta incertidumbre la encontrarás en cada sesión, y con cada persona, y cada vez, y para siempre… ¿Qué tal si empiezas a acercarte a ella y aprendes cosas a su lado?
En definitiva, cuando te des cuenta de que no alcanzan los textos, no alcanzan las conferencias, no alcanza la práctica con otros, cuando te des cuenta de que de verdad lo que estas intentando enseñar a tu cliente es exactamente lo mismo que tienes que aprender tú para ser un buen terapeuta contextual; cuando seas capaz de vivir y notar que los mismos procesos que te lían a ti en tu faceta personal y en la de terapeuta son los que enredan, atrapan y limitan la vida de tu cliente, experimentes directamente que “todos estamos en el mismo barco”, pues ahí estarás en mejores condiciones de ayudar a fomentar el cambio en tus clientes.