El año pasado los Reyes Magos me trajeron un calendario precioso. Lo había diseñado una arquitecta que me contó la historia sobre cómo se había transformado en diseñadora de calendarios. Tenía registros, calendarios y libretas que te ayudaban a organizarte en el tiempo, definir objetivos y tareas. Ella había comenzado a hacerlos por necesidad personal. Su pareja iba a estar un año completo en el extranjero y quería visualizar cómo sobrellevaría ese año. Quería organizarse en el tiempo, la distancia, y sus finanzas, para poder viajar e ir a visitar a su enamorado. Me pareció bonita la historia, y me encantó la actitud de planear, tener claro su propósito y buscar la forma de apoyar y mantenerse conectada con su pareja … y cómo aquello le estaba ayudando a reinvertarse profesionalmente.
En enero del año pasado y por primera vez en mi vida había completado el calendario anual y podía ver «al vuelo» a qué me dedicaría en los días, semanas y meses venideros. En él figuraban proyectos, clases, viajes de trabajo y de ocio, días de vacaciones, conciertos, teatros y salidas con mi familia… Ese calendario marcaba el inicio de un nuevo modo de estar en la vida. Hace bastantes años ya que no corro, que no respondo a la urgencia de nadie, ni me dejo llevar por esa sensación, pero con el calendario daba un paso más: navegar por mis obligaciones y devociones sin sobresaltos, más consciente, sin presiones y con la suficiente distancia para preparar las transiciones entre sitios y tareas, manteniendo el equilibrio y sin desviarme o entretenerme en cosas que no me interesan. Hacerlo, pintar los planes de diferentes colores, y tenerlo visible en casa, me ayudó a plantearme cómo quería verme ese año, y a establecer compromisos sobre qué hacer para alcanzar lo que me proponía…
Claro que no contaba con una pandemia mundial, que antes de terminar el primer trimestre haría trizas aquél bonito calendario…
El calendario ha seguido allí hasta hoy, no he dejado de consultarlo mensualmente y me ha sido útil para ejercitarme en la flexibilidad, hacerme más consciente del escaso control que tenemos sobre la mayor parte de lo importante de la vida; ser consciente de lo que no he podido hacer y de todos los haceres nuevos que han emergido; me ha encantado descubrir que se pueden cumplir las agendas o no cumplirlas, pero que hay cosas que permanecen y pueden desarrollarse de otro modo; he podido darme cuenta de las poquísimas cosas que de verdad son urgentes, graves, y que nos acechan a los seres humanos. El calendario, ahí colgado, me ha servido para abrirme a la incertidumbre y al caos al que siempre hemos estado expuestos…
También me he descubierto una y otra vez cayendo en los trucos y trampas que a diario nos ayudan a creer que estamos a salvo; las cosas que hacemos en la idea de que «sabemos lo que vamos a hacer mañana», y cómo nos aferramos a cosas «aparentemente» importantísimas que en su ausencia, ni siquiera echamos de menos. Y sí, los seres humanos necesitamos de esos trucos. Y por eso hoy ya tengo hecho mi nuevo calendario para el 2021. No es tan bonito como el anterior aunque tiene más colorines, termino aquí y lo cuelgo. Me gusta confiar en que podré hacer muchas de las cosas que están escritas… Lo hago con mayor conciencia, con mayor foco, discriminando mejor lo importante, de lo aparentemente urgente, de lo grave; y en la confianza de que la cachetada que nos ha dado 2020 me haya ayudado a situarme mejor, a relativizar el peso de las cosas, a ser conciente de la impermanencia de casi todo lo que damos por seguro... Hoy hago el calendario con más humildad, con gran apertura al cambio, y con infinita gratitud por poder estar haciéndolo.