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Lo cierto es no existe un trastorno catalogado como tal en ninguna clasificación psicológica o psiquiátrica oficial. Muchas personas que cumplen esa edad manifiestan plantearse cuestiones que no se habían planteado antes, nuevas perspectivas ante la vida, tener preocupaciones que antes no estaban presentes, y un proceso de reflexión y crisis que con frecuencia culmina en cambios. Como seres verbales que somos, tenemos la capacidad de formular valoraciones sobre acciones o hechos pasados y anticipaciones, metas o deseos sobre acciones y logros futuros. A veces estos procesos funcionan con independencia de nuestra voluntad (queramos o no, en ocasiones nos van a asaltar dudas, deseos, valoraciones, inquietudes, preocupaciones…). Incluso observamos cómo con frecuencia nuestro deseo de no experimentarlos paradójicamente nos lleva a tenerlos más presentes.
Además, aunque obviamente no es posible predecir cuánto durará nuestra vida, los 40 equivalen o representan en nuestra cultura “la mitad de la vida”, por lo que para muchas personas tienen ese significado asociado a tomar conciencia del paso del tiempo y de la finitud de la vida. Así que, en nuestra opinión es normal que, alcanzada una determinada edad, resulte inevitable que nos vengan pensamientos, reflexiones, valoraciones, acerca de lo que hemos vivido y lo que nos queda por vivir. Si bien existe la posibilidad de quedar atrapado en estas reflexiones, también es posible abrirse a la experiencia que para cada persona suponga este momento, atravesándola y aprovechando para contactar con aquellos aspectos importantes que podamos identificar a la luz de este momento vital, clarificando así nuestros deseos, nuestras metas, y a través de nuestros pasos y elecciones, avanzando en el proceso de alcanzar una mayor coherencia con aquello que representa para cada uno lo más importante en la vida.