La gente que me conoce bien sabe que ubicarme espacialmente no es mi fuerte. La primera vez que estuve en una ciudad de trazado europeo y no americano me notaba con angustia caminando en círculos, volvía una y otra vez al mismo lugar, no conseguía avanzar, a veces no podía regresar a mi casa sin ayuda. Conducir para llegar al trabajo a 45 minutos de casa, me resultó durante un año completo un auténtico suplicio. Entonces no tenía GPS, había hecho el camino acompañada y lo repasaba los fines de semana, pero igual, iba tensa, en alerta, tenía que salir con mucha antelación. Una vez entré en un túnel equivocadamente y fui incapaz de retomar el camino, después de 45 minutos solo pude volver a casa excusándome en el trabajo: -El mapa se me da la vuelta-. Hace unos meses me he cambiado de casa a una calle paralela a la antigua, cuando salgo todavía hoy me confundo y salgo en dirección opuesta… Es una tendencia acusada en mí. No me resulta agradable ni fácil lidiar con ello, me siento aturdida a veces, torpe y me impaciento. Esta es una de las cosas con las que yo he tenido que reconciliarme a lo largo de mi vida, he tenido que aprender montones de estrategias para no perderme y he tenido que pedir ayuda. Lo que más me sirve es pedir ayuda para organizar la información y calcular el tiempo, estudiar mapas a gran escala, imprimir y memorizar los recorridos y mirarlos cada vez que voy a salir. Pararme cuando me pierdo e intentar conectar con las claves que tengo alrededor. Poco a poco me voy lanzando y noto que cada vez más consigo llegar a los sitios y hacerlo en tiempo.
Y sí, cuando hacemos terapia es fácil perderse, es fácil notar la angustia y confusión, la sensación de no saber muy bien para dónde se va, cuál es la dirección y cuál es el camino que nos conducirá hacia ella. Desde luego un terapeuta que no sabe a dónde va y no ha trazado un camino se pierde. Se pierde en la coherencia verbal de su paciente y termina siguiendo la ruta que éste ha seguido.
Observo a menudo cómo los terapeutas se enredan en las historias de sus clientes. Dan vueltas en el mismo sitio, se pierden, no avanzan, ni son capaces de retomar la dirección. Siguen a veces a ciegas la lógica del cliente, sus hipótesis y las teorías que han montado en torno a lo que les pasa. Siguen el mapa del cliente justamente cuando la experiencia confirma que seguirlo sólo puede conducir donde el paciente ya está.
Constato con sorpresa que los terapeutas al hacer el análisis funcional a veces “dejan caer” hipótesis alternativas, tímidamente muestran el patrón de regulación al paciente, sugieren otros modos de ver los problemas e incluso a veces piensan que después de sacar múltiples ejemplos del problema, solos derivarán otra perspectiva y serán capaces de trazar solos el camino de vuelta a la vida. Esto pocas veces ocurre.
La mayor parte de las veces es necesario que el terapeuta active y abiertamente reformule el problema del cliente y plantee de forma detallada su visión contextual. Que dibuje el mapa y la ruta que viene siguiendo el cliente y especifique por qué eso es un problema. Reformular y poner el acento en que el problema es la regulación, y cómo el seguir esa ruta sólo puede conducir a un lugar: al que está en ese momento.
También encuentro que los terapeutas no se paran al inicio del proceso, no dejan muy claros cuáles son los objetivos, la dirección de la terapia, ni el camino o los procedimientos que se llevarán a cabo para alcanzar esas metas y objetivos. Este encuadre del trabajo es una parte esencial, y si no se hace bien y desde el principio, el paciente, pero especialmente el terapeuta, se perderán. Ese trazado ayuda en momentos difíciles al terapeuta a retomar el camino, a centrar las sesiones; y ayuda en los momentos difíciles al cliente a dar sentido y mantenerse en el trabajo, esforzándose, practicando o haciendo lo que el terapeuta le sugiere.
Por ello no olvides hacer una reformulación completa del caso:
- Insistiendo en que el problema está en los intentos de solución, en la regulación del malestar, en las reglas que está siguiendo, que no le son útiles.
- Exponiendo abiertamente la hipótesis al cliente o proponiendo algún ejercicio o metáfora que cuadre con el patrón.
- Asegurándose de ilustrar esta hipótesis con ejemplos extraídos del AF.
- Pidiéndole al cliente que busque sus propios ejemplos en donde esta nueva perspectiva del problema sea evidente para él.
- Pidiéndole feedback siempre, preguntando si le cuadra esta idea que se le está proponiendo, si tiene sentido; y si no lo tiene, invitándolo a explorar con más ejemplos en su día a día.
Tampoco olvides de presentar la terapia:
- Estableciendo tiempos de trabajo específicos y ajustados a los objetivos.
- Pidiéndole permiso para entrar directamente en aspectos difíciles de su vida, para tocar en profundidad las cosas que más le importan.
- Estableciendo las diferencias con otras terapias que ya ha hecho, valorando las expectativas del cliente y esclareciendo los procedimientos que se emplean en ACT.
- Pidiéndole su ayuda, su compromiso para poder ayudarle.
- Dando siempre esperanzas en que tú vas a poner todo de ti mismo para que avance hacia donde quiere avanzar.
En definitiva trazar esta ruta proveerá un contexto de confianza para el terapeuta y el cliente, y permitirá mantenerse en dirección incluso cuando el paisaje sea nuevo, desconocido, o aparezca la densa bruma, esa que apenas deja ver unos metros hacia adelante. Y si con todo esto, todavía notas que das vueltas en el mismo lugar, pide ayuda, quizás alguien desde otra perspectiva te pueda ayudar a trazar un nuevo mapa, a revisarlo conforme avanzas y a reencontrar la dirección.