hoy termina el año. Me pasa para estas fechas que yo echo de menos mis agendas rojas. Durante mucho tiempo para estas fechas ya me había comprado la agenda roja del año. En estos días tocaba dar de baja a la vieja, sucia y rayoneada agenda, y abrir la vacía, hojearla, oler a papel nuevo y comenzar a ubicar, al menos, los que serían los hitos más importantes del año. En esas agendas lo anotaba todo: desde la lista de la compra, mis conciertos, fiestas y celebraciones personales, hasta calendarizaba proyectos, apuntaba clases y reuniones de investigación y desde luego las sesiones con mis pacientes. A veces incluso los objetivos de las sesiones, reflexiones sobre un caso, por dónde íbamos con uno u otro… Llevo años que he sustituido mis agendas rojas por agendas electrónicas. Esas que son implacables y que te asaltan a primerísima hora y de cualquier modo para anunciarte cómo va a ser tu día. De esas que compartes con colegas, para que luego te persigan recordándote lo que no has hecho o lo que habías prometido hacer pero… En fin, las agendas electrónicas son prácticas. Sin embargo , yo echo de menos mis agendas rojas. Para estas fechas y antes de darlas de baja hojeaba la agenda vieja. La agenda terminaba siendo un testigo silencioso, sistemático e irrevocable de lo que había supuesto para mí el año que se iba. Atestiguaba de forma contundente mis aciertos y mis errores, las cosas alcanzadas y las pendientes, hablaba de mis ilusiones y proyectos, de la energía inútil empleada y del producto brillante de mis esfuerzos. La agenda roja me permitía parar y contemplar lo que en ese tiempo habían sido los progresos, las cosas estancadas, las cosas que morían, porque cuando te paras a observar te das cuenta de que cada día algo muere… Podía pararme a mirar lo que habían sido las urgencias, los compromisos irrevocables, los momentos dramáticos y llenos de angustia que me atraparon en algún mes en particular. El autoengaño, las falsas promesas, las chorradas en las que había gastado tiempo, las relaciones vacuas en las que me había entretenido, y el poco espacio que a veces dedicaba a las cosas esenciales … y yo a todo eso le echaba un repaso para estas fechas gracias al testigo de papel. Con mis agendas rojas podía ver al final del año y desde un mismo lugar el bullir de mi vida en ese año en toda su amplitud y extensión… Observarla, contemplarla con perspectiva. Por eso en estos días siempre me acuerdo de mis agendas rojas que todavía conservo y de vez en cuando repaso…
Y sí, ya sea que creamos que el 31 de diciembre es una mera arbitrariedad cultural, o que de un momento de renovación espiritual se trata; que estemos hartos del rollo navideño en el que estamos atrapados, o bien estemos entusiasmados esperando a los Reyes Magos; el caso es que casi todo en estos días nos invita a pararnos a mirar cómo lo hemos hecho.
Yo creo que está bien pararse a mirar, da igual si es hoy o en marzo, y mejor si lo hacemos más veces al año, pero pararse y mirar, repasar el camino que se ha ido siguiendo, es sin duda, un ejercicio o ritual, si preferís, que puede redundar en un mejor autoconocimiento. Pararse y conectar con uno mismo, con lo que sentimos, con la impermanencia de lo que pensamos, y con lo que hacemos y sus efectos, en definitiva, verse a uno mismo en la vida en la que está con distancia y valorar si ese el sitio en el que queremos estar, puede ayudarnos a plantearnos el nuevo año.
A mi las agendas rojas me fomentaron el autoconocimiento durante mucho tiempo. Con las agendas rojas podía mantenerme observando con perspectiva, el transcurrir de mis días. Podía ver desde un espacio seguro cómo había avanzado a través de lo cotidiano, cómo había resuelto, podía ver los bloqueos, los abandonos, los cambios de dirección, y contemplar con tranquilidad y seguridad todas las cosas que había aprendido y que me habían hecho crecer, más allá de lo que mi «impertinente y exigente mente» siempre terminaba reprochándome. Volver a mis agendas siempre me ha ayudado a observar con distancia, a reconducir y retomar el camino, las veces que descubría que me había perdido.
Con el tiempo este ejercicio de observación a final del año se hizo más habitual, hasta conseguir no solo una retrospectiva de mi funcionamiento, sino estar presente in situ, y desde el momento presente valorar mis pasos, con lo que mi capacidad de maniobra se amplió desde la planificación del año siguiente hacia la planificación y compromiso con lo cotidiano.
Por eso yo aprovecho estos días para transformar la vacuidad de los anuncios publicitarios navideños en una oportunidad para pararme a mirar cómo he venido funcionando, repasar las viejas libretas que uso ahora, para desde allí organizarme los nuevos propósitos, empezar a trazar un plan, los que serán los hitos de mi nuevo año:
- Cómo quiero verme a final del nuevo año: haciendo qué cosas, con quién quiero haber pasado más tiempo, en qué he invertido más energía, cómo quiero verme físicamente, mi salud, …?
- Por qué hitos tendré que ir pasando a lo largo de los meses, en el aspecto laboral qué objetivos quiero alcanzar y para cuándo quiero haber llegado a ello, que mejoras he tenido que haber conseguido en mis relaciones sociales, con mi familia, en qué momentos…
- Qué cosas cada día tendré que verme haciendo para llegar a esos hitos, cuáles son esos pasos pequeños, concretos, cotidianos, encadenados y llenos de sentido y dirección vital, que me llevarán hacia los objetivos planteados.
- Ubicar todos esos hitos en el calendario, fechas específicas, ¡fechas tope!
- Ir apuntando y valorando cotidianamente las pequeñas victorias alcanzadas, los pasos dados, los hitos alcanzados, los malestares superados, las perezas domadas. Manteniendo la atención en las barreras que aparecen cuando estamos cerca de las fechas marcadas, lo que sentimos y pensamos cuando estamos saliéndonos de la comodidad, cerca y concientes de lo que se siente cuando los pasos que damos están llenos de incomodidad y con sentido vital…
Por eso para el que se anime en estos días a mirar hacia atrás en el año, yo deseo de corazón que esta mirada hacia atrás enriquezca su autoconocimiento y le sea útil y funcione cual espejo retrovisor que le ayude a conducir hacia a delante, que le ayude a planificar el nuevo año, que le ayude a ajustar sus metas, a calibrar mejor las fuerzas, a equilibrar los compromisos y los placeres de su vida, y le lleve a construir diariamente una vida más equilibrada, con la que se sienta satisfecho, pleno y conciente de las riquezas personales que todos tenemos y de las que queremos desarrollar.