¿Qué (o quién) te trae por aquí?
Los pacientes en general suelen mostrarse respetuosos en terapia, ser amables, responder a las preguntas que hacemos y mostrarse receptivos e interesados en las propuestas que hacemos, mostrarse proclives al cambio. En otras ocasiones puede ocurrir lo contrario, mostrar enfado abiertamente, desinterés, dar largas, quejarse porque el resto del mundo es el responsable de sus problemas, mostrarse poco motivados a cambiar…
Sea cual sea el estilo del paciente, lo que muestre inicialmente; en muchas ocasiones los terapeutas nos empeñamos en proponer objetivos terapéuticos, en activar procesos facilitadores del cambio, invitar al paciente a experimentar con tareas y, sin embargo, el proceso no avanza.
Pronto o tarde nos damos cuenta de que el problema, más allá de lo que nos dice el paciente, es otro. Hay algo más. Y caemos en la cuenta de que, diga lo que diga, el paciente no va a terapia para cambiar. A veces descubrimos que el paciente simplemente no quiere estar ahí, que no está motivado, ni preparado para cambiar.
Y es que hacer terapia puede conllevar múltiples funciones, puede tener diferentes «paraqués».
A veces puede ser un buen argumento que permite al paciente tener razón. Mostrarle a alguien más que está haciendo todo lo que está en su mano y que las cosas siguen mal porque el que está equivocado es el otro.
Otras veces puede estar dirigido a demostrarle a alguien más, lo mal que se está. Un diagnóstico puede permitir reafirmar que desde ese rol, no se puede hacer otra cosa, o ratificar de que los problemas son reales…
En ciertos contextos, ir a terapia responde a la necesidad de obtener un certificado o de buena conducta, o para una baja, una incapacidad, una paga por discapacidad, o porque se le exime de alguna pena por estar en tratamiento.
O te das cuenta de que estar allí responde a que alguien más en la vida de esa persona quiere que esté ahí. A veces una madre preocupada por el comportamiento de su hijo adolescente, o un hijo psicólogo que quiere que su madre se dé cuenta de que hay otros modos de vivir la vida y ser feliz. Podría ser porque la pareja le pide que visite a un psicólogo, o quizás le haya dado un ultimátum, como la última oportunidad para mejorar una relación acabada… Y el paciente obediente está allí porque alguien más lo ha puesto allí.
Y estas otras motivaciones en terapia, con el paso de las sesiones, se nota. Se nota en el esfuerzo que a veces hacemos los terapeutas por encontrar un camino del cambio, de crecimiento. Y descubrimos, sesión tras sesión, que el camino trazado es una vía muerta, no conduce a nada nuevo.
Se nota a veces en las sensaciones de frustración, de cansancio y de desgaste que nos producen ciertos procesos. A veces los terapeutas nos sentimos engañados, que el paciente nos miente, que nos está tomando el pelo. Esto suele generar rabia e impotencia.
A veces estos sentimientos nos impulsan a los terapeutas a insistir a los pacientes, a mostrarle una y otra vez cuál es el problema, a buscar más herramientas para reformular, a repetir ejercicios o propuestas, o a veces a planear trampas para pillarlos “in fraganti” en las incoherencias, verdades a medias, o mentirijillas que detectamos en su discurso.
Al final terminamos funcionando igual que esa madre preocupada que insiste en convencer a su adolescente que cambie, o igual que esa pareja que reclama que la relación depende de su cambio de conducta o actitud. Terminamos así reforzando los síntomas y el rol de enfermo. Reforzando ese repertorio del cliente que le ha llevado a tomar el camino más corto. Camino que seguramente en otro tiempo le ha funcionado pero que quizás ahora es menos útil: el de aparentar interés por cambiar, el de replegarse a los deseos de otros, el de mostrarse impasible ante la desesperación de otro, el de insistir y buscar nuevas formas de generar pena, o de llenarse de razones y demostrar las limitaciones que se tienen.
En definitiva, la terapia termina siendo otro contexto funcionalmente equivalente al contexto que ha generado y mantiene el problema.
Y a todos los terapeutas nos pasa, porque no es siempre fácil llegar a estas conclusiones en medio de un proceso clínico, y poder ver con perspectiva e integrar en el análisis funcional, todas las variables en juego.
Quizás ante estas sensaciones de cansancio, engaño, y frustración pueda ayudarte el pararte a valorar qué función está cumpliendo el venir a terapia en este momento, teniendo en cuenta y explorando en profundidad otros contextos relevantes de la vida del cliente. Y pararte a preguntar de qué modo el propio hecho de venir a terapia, de cambiar o no cambiar su comportamiento, puedan impactar en la dinámica familiar de esa persona, en su relación con los padres, en relación con su pareja, en relación con esa persona que es culpable de todos sus males … O cómo puede impactar el hecho de venir a terapia, de cambiar o no cambiar en su estatus laboral, en los estudios; si hay algún proceso judicial abierto, o cómo están las finanzas del cliente.
En definitiva, acercarte a la vida del cliente, ensanchar tu mirada y pararte a analizar con mayor amplitud la vida de la persona que te visita. Dedicar tiempo a comprender compasivamente que esa persona está haciendo lo que sabe hacer para organizarse y funcionar en su vida. Y validar lo importante que puede ser para esa persona quizás mantener esa relación de pareja fingiendo motivación al cambio, cuando incluso sienta que el cambio no le aportará nada … Validar siempre lo duro que es hacer cosas sin querer hacerlas, hacerlas por obligación, y buscar alternativas, y mirar qué podría hacer ese adolescente para que sus padres dejen de sentir que la solución es llevarlo a terapia. O poner sobre la mesa y trabajar sobre de qué modo cambiaría la vida de la persona al obtener ese certificado de invalidez, o conocer para qué necesita que su familia o entorno le crea sus quejas o valide su sufrimiento.
Es decir ser un terapeuta capaz de encontrar la motivación de estar allí, el «paraqué» último de la terapia, y acompañar a los pacientes en cualquier circunstancia, ante cualquier motivación, incluso cuando la motivación sea no ir más, no estar más allí contigo.