Sonsoles Valdivia escribe sobre la felicidad y el tratamiento que de ella ha hecho la psicología para la revista de divulgación «Sé vital». En esta noticia nos resume los puntos centrales de este interesante artículo.
Título: La felicidad tenía un precio…
Autor: Sonsoles Valdivia-Salas
La felicidad y la infelicidad han sido los temas estrella de músicos, escritores, pintores y otros artistas. También las humanidades y las ciencias han abordado el tema de la felicidad desde hace siglos. Desde diferentes puntos de vista, las preguntas a las que siempre hemos querido responder son: ¿Qué es la felicidad? ¿Somos felices? ¿Queremos serlo, y por qué? ¿Qué nos hace felices?
La Real Academia Española define la felicidad como un estado de grata satisfacción espiritual y física, así como la ausencia de inconvenientes o tropiezos. Claro, resulta muy difícil resistirse a un estado de grata satisfacción y a la ausencia de inconvenientes. Y tanto es así, que creo que no me equivoco si afirmo que todos queremos ser felices. De hecho, Dalai Lama afirmó en 1998 que el propósito último de nuestra existencia es la búsqueda de la felicidad. Y hoy más que nunca vivimos rodeados de felicidad, quiero decir, de mensajes y foros que nos recuerdan lo importante que es ser feliz y demostrarlo, de sustancias que nos prometen que lo seremos si las consumimos, y de bienes materiales que ponen la felicidad al alcance de nuestro bolsillo. Tal es el alcance de esta ola de la felicidad, que en 2012, la Organización de las Naciones Unidas declaró el 20 de marzo como Día Mundial de la Felicidad.
Lo cierto es que ser felices nos sienta bien. Además del bienestar que experimentamos cuando estamos felices, la felicidad se ha relacionado con una mejora en las relaciones sociales y en la salud psicológica, incluso física. Pero no es oro todo lo que reluce, y a día de hoy también hay voces que advierten de los riesgos de sobrevalorar la felicidad como emoción positiva y como meta. Pero empecemos por el principio.
Si bien la Psicología se ha centrado tradicionalmente en el estudio de la psicopatología (p.ej., fobia, ansiedad, estrés, anorexia, etc.) y su tratamiento; en la década de los 90, amplió su interés científico al estudio de la salud. La materialización de este cambio de foco de atención de la disciplina se la debemos en parte a Martin Seligman, que curiosamente había dedicado casi toda su carrera al estudio del fenómeno de la indefensión aprendida, considerado por muchos un modelo animal de la depresión.
Desde que la Psicología hiciera este viraje hacia la construcción de cualidades positivas en las personas, la corriente no ha hecho más que crecer. El estudio científico de la felicidad se ha desarrollado en torno a dos visiones de la felicidad y sus causas. Por un lado, la visión hedónica y por otro la visión eudaimónica. La visión hedónica mantiene que la felicidad consiste en la presencia de emociones positivas (tales como alegría, entusiasmo, orgullo), la ausencia de emociones negativas (tales como disgusto, irritación, vergüenza), y una sensación general de satisfacción con la vida. Desde la visión eudaimónica, sin embargo, advierten de los riesgos que tiene el propio concepto de felicidad y prefieren usar el término bienestar para referirse al funcionamiento óptimo de la persona. Desde esta visión, se entiende que la felicidad proviene de la satisfacción de necesidades que producen crecimiento personal y realización de las potencialidades de la persona. La felicidad, por tanto, ocurre cuando las acciones de la persona son congruentes con su verdadero yo, con sus valores, y además se realizan con implicación y conciencia, de manera que la persona se siente plenamente viva y auténtica realizándolas.
Inspirados en ambas visiones del bienestar, hoy en día conviven diferentes perspectivas psicológicas al estudio y la promoción del mismo, como son la Teoría de la Autodeterminación, con su descripción de las tres necesidades psicológicas básicas; la Psicología Positiva y el flow; y las terapias basadas en la aceptación psicológica. La Psicología Positiva, por ejemplo, ha definido 24 fortalezas personales, que vendrían a ser los aspectos más valiosos y deseables de los humanos, por ejemplo, bondad, valor, justicia, modestia, y esperanza; y se orienta a fomentar la puesta en práctica de las fortalezas que la persona posee de manera natural.
Al tiempo que proliferan las manifestaciones a favor de la búsqueda de la felicidad, también se advierte de los riesgos de sobrevalorarla. Son múltiples los foros desde los que se trata de llegar a la población general advirtiendo de las ventajas de otras emociones que podrían entenderse como opuestas a la felicidad, tales como la tristeza, el desencanto, o la frustración. Y es que el conocimiento científico no cesa de mostrar evidencia sobre los efectos nocivos para el bienestar que tiene sobrevalorar la felicidad y por ende, ocultar, enterrar, maquillar, las emociones negativas cuando las tenemos. Por ejemplo, el grupo liderado por I. Mauss en la Universidad de California en Berkeley ha estudiado las consecuencias para el bienestar de sobrevalorar la felicidad. Sobrevalorar la felicidad es, entre otras, preocuparse de la propia felicidad incluso cuando se está feliz; valorar las cosas de la vida en la medida en que incrementan la sensación de felicidad; y establecer la presencia de emociones positivas como requisito para tener una vida plena y significativa. Utilizando estudiantes universitarios como muestra, comprobaron que sobrevalorar la felicidad correlaciona con peor bienestar emocional y más sintomatología depresiva, sentimientos de soledad, y diagnósticos de depresión mayor. O recordando el título de este artículo, la búsqueda de la sensación de felicidad tiene un precio, y bien alto.
Se considera que establecer la felicidad como objetivo suele implicar monitorear frecuentemente el estado de ánimo para comprobar si nos acercamos o no a ese estado de felicidad anhelado, y en su caso, eliminar toda sensación que la amenace, esto es, eliminar las comúnmente llamadas emociones negativas.
Evidencia recogida en nuestro laboratorio con población española apuntaría precisamente a la intolerancia a las emociones negativas como el fenómeno que explicaría la relación entre sobrevalorar la felicidad y peor bienestar psicológico. La intolerancia a la emociones negativas ha recibido el nombre técnico de inflexibilidad psicológica, y la evidencia con respecto a sus efectos nocivos está más que probada. Se ha observado que la inflexibilidad psicológica está a la base de muchos problemas psicológicos. Tanto es así, que hoy se considera un factor de vulnerabilidad transdiagnóstico, esto es, está presente en el desarrollo y cronificación de diversas psicopatologías. En términos generales, la inflexibilidad psicológica hace referencia a la escasa habilidad para estar en presencia de emociones y pensamientos negativos sin más. Esta inhabilidad se observa en un comportamiento estereotipado que se realiza con el objetivo casi único de escapar de esas sensaciones negativas. El problema de la inflexibilidad psicológica es que otros objetivos que tienen que ver con el crecimiento personal, la congruencia con uno mismo, con lo que llena de sentido y significado la vida de cada uno, quedan relegados a un segundo plano y la vida de la persona se empobrece.
Desde el modelo de la inflexibilidad psicológica, se propone la aceptación del malestar como la alternativa más saludable. La aceptación psicológica es la habilidad de responder de múltiples maneras ante el malestar. Esta habilidad permite a la persona elegir qué reacción es más idónea según las circunstancias presentes y de acuerdo a lo que da sentido a su vida. Por ejemplo, en un parque de atracciones y ante la posibilidad de subirse a la noria, Laura experimenta ansiedad, miedo y angustia, sensaciones que desaparecerán tan pronto elija no subir a la noria. Y elige no subir a la noria (“qué necesidad tengo yo de pasar por ese mal rato por subir a la noria, que ni me va ni me viene”). En otra situación, Laura experimenta inseguridad, recuerdos de fracasos pasados, y ansiedad ante la posibilidad de hacer una llamada telefónica para reclamar algo que le pertenece, sensaciones que desaparecerán tan pronto se busque una excusa para no hacer esa llamada. Y en este caso, Laura elige, notando y siendo plenamente consciente de dichas sensaciones, hacer la llamada y reclamar lo que es suyo (“porque quiero ser una persona asertiva que defiende sus intereses”). Laura está demostrando la habilidad de la aceptación, también denominada flexibilidad psicológica, porque en lugar de dejarse arrastrar siempre por las emociones que experimenta, elige qué hacer en su presencia en función del significado personal que tienen para ella las acciones en juego.
El entrenamiento en aceptación psicológica está mostrándose beneficioso en el tratamiento de una gran variedad de trastornos psicológicos. Igualmente, las personas que tienden a utilizar la aceptación como forma habitual de reacción al malestar (frente a otras como la supresión emocional, por ejemplo) muestran mejores índices de bienestar, tales como mayor satisfacción con la vida y menor sintomatología depresiva.
Concluyendo
El propósito último de nuestra existencia es la búsqueda de la felicidad, decía Dalai Lama. Esta afirmación nos lleva casi irremediablemente a la siguiente pregunta: ¿y dónde busco para encontrarla? Como se ha expuesto, hay dos grandes vías por las que transita la felicidad. En la vía hedónica, la felicidad está en la ocurrencia de emociones positivas, la ausencia de emociones negativas, y una sensación general de satisfacción con la vida. En la vía eudaimónica la felicidad está en la fidelidad a uno mismo, en las acciones congruentes con nuestro yo, con lo que da sentido y vitalidad a nuestros días. Frente al concepto de felicidad como meta de los hedónicos, en esta vía la felicidad se considera más el producto de una vida con sentido. Transitar la vía hedónica tiene un precio, que es experimentar el efecto rebote de las emociones negativas que se tratan de eludir, o renunciar a lo que es verdaderamente importante (para cada persona). Transitar la vía eudaimónica también lo tiene; porque implica mirar de frente, saludar, llevar con nosotros recuerdos (expectativas, pensamientos, sensaciones) que culturalmente nos harían parar y desviarnos, mientras continuamos realizando las acciones que dan vitalidad a nuestra existencia.
Por tanto, a la pregunta: ¿Es posible ser feliz? La respuesta es: sí. A la pregunta: ¿Y cómo lo hago? La respuesta es: depende del precio que quieras pagar.