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Un nuevo ejercicio para estos días de nuestra compañera Paula F. Ruiz.

¿Sabías que a tu cerebro no le gustan nada los cambios? De hecho, en él hay estructuras específicas encargadas de tu supervivencia que los rechazan rotundamente. Esto tiene mucho sentido dado que esta “neofobia” es un hit evolutivo que, cuando surgió allá por el paleolítico, nos ayudó a sobrevivir como especie. Sin embargo, hoy vivimos tiempos de cambios constantes y quedar atrapados en esa resistencia al cambio podría no resultar tan adaptativo.

Este planteamiento me ha hecho pensar en el ejemplo de la rata y el queso, ¿lo conoces? Una rata hambrienta es entrenada en un laberinto para que encuentre su queso al final del camino A. Tras varios ensayos, la rata aprende rápidamente cómo llegar al alimento a través del camino entrenado. En un momento dado, al animal se le cambia el queso de lugar y éste pasa a situarse al final del camino B. Cuando situamos a la rata de nuevo en el laberinto, inicialmente recorre velozmente el camino A ya aprendido para conseguir su recompensa y, obviamente, se encuentra con que no está. Seguir el camino A ya no funciona para conseguir lo que quiere. ¿Qué hace la rata entonces? Inicia una nueva exploración del laberinto hasta encontrar su ansiado queso de nuevo, situado ahora al final del camino B. ¿Qué le ha permitido a la rata llenar su estómago y no morir de inanición? Efectivamente, su capacidad para adaptarse al cambio. O, dicho de otra forma, su habilidad para cambiar el curso de su conducta en el momento en que ésta dejó de serle útil para alcanzar lo que quería.

Los humanos, en cambio, no solemos actuar de forma tan pragmática. Nuestra rigidez, nuestra resistencia al cambio, tienden a secuestrarnos. Probablemente la tendencia en la mayoría de nosotros hubiera sido quedarnos al final del camino A, mirando con ojos vidriosos el espacio vacío en el suelo que dejó el queso, quejándonos por esta mala fortuna de que nos hayan cambiado el queso de lugar, volviendo una y otra vez sobre nuestros pasos en el camino A y preguntándonos por qué lo que antes servía había dejado ahora de funcionar… insensibles al hecho de que ninguna de estas acciones, tan lógicas y coherentes a simple vista, son útiles para llenar nuestro estómago.

A veces la vida te cambia el queso de lugar y toca explorar formas nuevas de hacer para llegar a él. De hecho, puede que esto se parezca a lo que estamos viviendo en estas semanas de confinamiento y “nueva normalidad”. De alguna manera, nos estamos viendo desafiados a cambiar la forma de hacer en nuestras rutinas y hábitos del día a día con el fin de seguir obteniendo “el alimento” (salud, sustento económico, relaciones personales, etc.).

Sí, los cambios implican en ocasiones frustración, impotencia, sentimiento de injusticia, enfado o tristeza. Esa resistencia forma parte de tu sistema de supervivencia, ¡agradece a estos pensamientos y sentimientos por tratar de protegerte! Luego, mira tu experiencia y pregúntate en qué camino quieres verte invirtiendo tu energía con el próximo paso, ¿qué camino probabiliza más llegar al alimento y nutrirte? O, dicho de otro modo, ¿transitar qué camino daría más dirección y calidad a tu vida?, ¿qué primer paso te acercaría a tu meta?

Hoy quiero proponerte un ejercicio en el que te invito a verte dando un paso nuevo y valiente que te acerque a ese lugar en el que encuentras sentido y sustento, incluso en presencia de cualquier pensamiento o emoción difícil. Si quieres darte la oportunidad de explorar este nuevo camino, te acompaño.