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Haciendo terapia ¿Te has sentido alguna vez “mujer orquesta”?

Por 1 marzo, 2022mayo 5th, 2023Sin comentarios

En mi trabajo entrenando a terapeutas tengo el privilegio de aprender supervisando a otros profesionales. En muchas ocasiones superviso a grandes profesionales expertos en clínica, con una trayectoria amplia y prolífica. Profesionales que conocen la teoría en profundidad, que llevan mucho tiempo estudiado y están muy bien entrenados. Profesionales que se saben a pie juntillas las técnicas que se tienen que saber, que conocen diversas estrategias, herramientas clínicas, y que las aplican de forma precisa. En otras ocasiones superviso a terapeutas junior. Profesionales que acaban de terminar la carrera, están comenzando su entrenamiento y dando sus primeros pasos haciendo terapia. En este contexto también me encuentro con profesionales excepcionales, estudiosos, que se saben las metáforas, los ejercicios y planteamientos propios de la terapia contextual de una forma asombrosa. Saben lo que hay que hacer, lo que se tiene que hacer y lo hacen de forma sorprendente. Sin embargo, a todos alguna vez nos ocurre que sabiendo lo que hay que hacer y haciéndolo, apenas tocamos al cliente, apenas movilizamos a la otra persona y eso, que hacemos de forma excelente, no es útil para que la persona cambie.

Es fácil que, ante la falta de avance, el profesional lo atribuya a la torpeza personal o a algún error que se haya cometido. Puede pensar que esa no era la técnica adecuada, o que quizás si hubiera incluido algún otro ejercicio habría funcionado mejor… Cuando esto ocurre, y a todos seguro nos ha ocurrido, solemos reaccionar intentando buscar nuevas herramientas. Es frecuente que los terapeutas pregunten por más ejercicios, busquen cambiar las metáforas porque no están siendo útiles y busquen ampliar y desplegar todo su repertorio ante el cliente en la idea de que más será mejor. Estas sesiones terminan siendo floridas a la vista de un supervisor, cansadas desde la perspectiva del terapeuta, y enredadas a veces para el cliente que se muestra cada vez más insensible a lo que estamos intentando transmitirle. Suelen ser sesiones en las que mezclamos intervenciones, vamos de una idea a otra, de un ejercicio a otro, intentamos llenar el tiempo desplegando la artillería conocida, abundando en metáforas, ejercicios, tareas, en explicaciones, y nada. El paciente no se inmuta, el proceso no se mueve, tú como el hombre orquesta, ya no sabes qué más tocar a ver si algo suena …

Esto suele ocurrir cuando ACT (o cualquier otra terapia) se la considera más como una técnica que como un proceso. Cuando aceptar lo entendemos como alcanzar la aceptación. Un sustantivo, algo por conseguir o un lugar para llegar en lugar de un verbo, de un proceso en movimiento que cambia momento a momento. Esto ocurre cuando nos quedamos en la forma y perdemos la función. Cuando nos centramos en el qué y se nos olvida el proceso en curso: el cuándo, el cómo, el para qué … Es entonces cuando exploración inicial o el análisis funcional se transforma en intelectualización, en hacer una encuesta. Ahí las estrategias de defusión se transforman en técnicas raras que se aplican mecánicamente, los ejercicios salen bien pero carecen de sentido para el cliente y no tocan las emociones, y las conversaciones de valores se transforman en análisis de pros y contras o en toma de decisiones.

Pero el paciente no necesita un coach que le movilice, un animador que le insufle voluntad a través de las técnicas, o le haga entender lo que le ocurre, no necesita que le toquen musiquilla que le haga bailar... tu no necesitas funcionar como el hombre/mujer orquesta, que intenta animar al otro a traves de múltiples instrumentos...

El paciente necesita un terapeuta que se muestre vulnerable, que reconozca y pueda transmitir que probablemente no tenga todas las respuestas, que humildemente pueda reconocer cuando haya contado metáforas inútiles o sin sentido en ese momento, o que sea capaz de asumir que acaba de decir una tontería…. El paciente necesita un terapeuta que esté presente, que no solo esté en lo que quiere decir, en el guión y el detalle, sino en el cómo y cuándo lo dice. Un terapeuta receptivo, sensible, abierto, a la reacción del otro, y que sea capaz de notar el impacto que en ese momento está teniendo lo que está haciendo. El paciente necesita a un terapeuta flexible que pueda ajustar el plan al impacto o falta de impacto que está notando en el otro. El paciente fundamentalmente necesita a un terapeuta que le diga con palabras, pero fundamentalmente con el cuerpo, con la mirada y de corazón: yo creo en ti, tú puedes cambiar, tú puedes hacer algo diferente hoy...

Y esto no se hace sólo a través de las técnicas, de las herramientas que hayamos aprendido, no se hace únicamente siguiendo un buen plan de trabajo, una ruta de tratamiento. Esto se hace a través de una relación igualitaria, genuina, y desde el auténtico deseo de ayudar a las personas a encontrar significado en su vida. Este tipo de relación lo construyes generando un espacio en sesión en el que incluyes, más allá de lo mental, el cuerpo, tu atención, presencia y tu corazón. A modo de invitación a que también el paciente traiga su cuerpo, su presencia y su corazón a terapia.